sábado, 5 de noviembre de 2005

Cuartillas imaginarias. Conversaciones con mi interior (TRES.3)

Bodegon traslúcido, Paseo de Gracia (Barcelona), 2005
TRES.3

Victoria sigue de pié. Lola bate con ritmo los huevos para las tortillas y yo sigo pensando. Sigo caminando por esa fina línea azul que separa la realidad de la imaginación. Lo tangible de lo etéreo.
- Antonio, eh ¿me oyes? –Lola ha dejado de batir y me mira con curiosidad. Con gesto interrogador y apuntándome con el tenedor, sigue – ¿pero es que te has ido a otra parte?
- No, no –contesto sacudiendo la cabeza y volviendo a la mundanal cocina, donde estamos Victoria, Lola y yo –es que me acordaba de un señor que ha venido está tarde a urgencias con su hijo.
- ¿Y? –Lola y Victoria se miran y se encogen de hombros acentuando con el gesto el interrogante.
- Bueno, es una historia larga y, bueno, quizás un poco extraña. No sé si la he acabado de entender.
- No nos tengas en ascuas y explícate –inquiere Victoria.
- Venga, no te hagas de rogar –apoya Lola, que sigue batiendo los huevos para la tortilla.
- Bien, intentaré explicar la historia que deduje de la realidad que vi.
“Alrededor de las cinco y media de la tarde, ha llegado a urgencias un señor de unos cuarenta y pocos años. Vestía un traje azul marino bien cortado, de buena clase, pero bastante ajado por el uso. Se notaba que había vivido tiempos mejores. Detrás, cogido de la mano, iba un niñito de unos cuatro años. Delgado, menudo, con un color de pelo indefinido, con unos ojos inmensos con surcos sucios sobre las mejillas de haber llorado amargamente hacía rato, sin que nadie le hiciera caso. Vestía uniforme escolar. Pantalón corto de color gris y un jersey fino verde oscuro, camisa blanca saliendo el cuello, y calcetines hasta la rodilla también verdes.
Se acercó al mostrador y dirigiéndose a la auxiliar que estaba detrás le espetó:
- Traigo a este niño que no sé que le pasa.
La auxiliar le preguntó con fría cortesía:
- No puede explicarse un poco más.
Ante esta pregunta, que entendió como una agresión personal, soltó al pequeño y gesticulando de forma poseída empezó a gritar:
- Pero se ha pensado que yo tengo que saber lo que le pasa. Lo he traído aquí precisamente por eso. Por que no se qué le pasa. Haga el favor de avisar a un médico inmediatamente y déjese de preguntas estúpidas.
Las personas que estaban en el vestíbulo de urgencias, mamás, papás, abuelitas, abuelitos y otros familiares y amigos con sus niños respectivos a la espera de que le visitasen, se quedaron paralizadas a la vista del suceso.
La auxiliar se quedó petrificada, no supo que contestar. Se levantó y, a paso ligero, se dirigió hacia en interior del primer box de visitas en busca de alguien que pudiera responder a semejante energúmeno.
El señor del traje azul, seguía vociferando y gesticulando como un poseso. Mientras el niñito se había refugiado, sentándose en una silla de la sala de espera, a unos pocos metros. Miraba hacia abajo, como si estuviera contando los piquitos del mármol de las baldosas de terrazo del suelo. Las piernecitas le colgaban de la silla sin llegar a posarse en el suelo. Estaba desmadejado. De color gris. Con el pelo revuelto y los ojos hasta el infinito.
Al poco salí con la auxiliar para enfrentarme con el poseso increpador y maleducado:
- Buenas tardes señor, deje de gritar, si es tan amable, y cuénteme que le ocurre a su hijo.
Al oír mi voz se paro en seco, se dio la vuelta para encararse y con gesto tranquilo, respondió:
- Mi hijo está bien, gracias.
Atónito le respondí señalando al pequeño:
- Entonces qué hace aquí con el niño.
- ¿Se refiere a ese que está ahí sentado? Ese no es mi hijo, a ese lo encontré dentro de mi coche, no sé quién es. No dice ni palabra. Solo se agarró a mi mano y no me ha soltado hasta que hemos entrado aquí.
Conforme iba avanzando en la respuesta, se ponía más nervioso y volvía a levantar la voz y a gesticular.
- Bueno, bueno. Calmase, veremos que se puede hacer –le contesté mirando a la auxiliar con cara de cómplice interrogación.”
- Eh, que chungo –cortó Victoria, avanzando un paso, dejando el quicio de la puerta de la cocina.
- Bueno, espera que es sólo el principio –respondí con tono misterioso.
- ¿De verdad que no era su hijo? –preguntó Lola, girando en redondo a la vez que dejaba resbalar la tortilla a la francesa, recién echa, de la sartén al plato.
- Pues…, eso ya lo veréis. No voy a adelantar nada. Calma. Sigo.

(Continuará)

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