Catedral(Buda)2004
Le gustaba realizar continuas visitas de cortesía a sus súbditos, y su capital preocupación era velar para que los cuasiterrenos no perdieran su propiedad más apreciada: El movimiento continuo.
- Buenos días Turfano - saludó el monarca a su ayuda de cámara que, en ese instante, se afanaba en la compra de alimentos, para su señor, en el otro extremo de la capital del reino.
- Extraordinarios días mí Señor - contestó Turfano, ejecutando un saludo reverente de perfecta factura.
Esta breve comunicación se produjo en un vaivén vertiginoso entre el palacio real y el mercado. La circulación atómica de las partículas materiales de Astrolongo y de Turfano les permitía componer y deshacer sus figuras en ambos lugares prácticamente a la vez. Este trasiego coexistía con millones de traslados corpóreos y materiales de muchos más cuasi seres, montañas, valles, ríos, aldeas y ciudades; produciendo un efecto difuminado de formas y colores, de imágenes permanentemente inacabadas.
En fin, todo era continuo y estático, inacabado y perfecto, sólido y sutil; y todo estaba envuelto en un gris perpetuo y lácteo. Los colores y los materiales eran suavísimos, tenues, delicados, etéreos.
- Su Movilidad, el desayuno estará en un instante - dijo Turfano -¿Le apetecen unos riñones salteados, zumo de piña, huevos revueltos y pan tostado?
- Sí, gracias, está perfecto - contestó el llano monarca - Sírvelos en la terraza del sudeste. Así tomaré, también, el suave sol de la mañana con los riñones y los huevos revueltos.
- Sus deseos son órdenes para este humilde servidor de Su Movilidad - reverenció el exquisito ayuda de cámara. Al momento dispuso en un carrito dorado las viandas para que el monarca, veloz y móvil, comenzara el día en condiciones.
- Alteza Veloz, cuando guste - advirtió Turfano, con una llamada reverente desde la acristalada terraza.
- Bien, puedes servir los riñones y los huevos revueltos - dijo Astrolongo sonriendo por lo bajo, mientras tapizaba con su cuerpo un magnífico sillón de anea, trenzado especialmente para él en la provincia más septentrional de Cuasiterra. Desde el transparente mirador se divisaba toda la ciudad de Movilónica, capital del reino.
Capítulo 3
Como he relatado, Cuasiterra era un país singular, y Astrolongo, su monarca, no lo era menos.Le gustaba realizar continuas visitas de cortesía a sus súbditos, y su capital preocupación era velar para que los cuasiterrenos no perdieran su propiedad más apreciada: El movimiento continuo.
- Buenos días Turfano - saludó el monarca a su ayuda de cámara que, en ese instante, se afanaba en la compra de alimentos, para su señor, en el otro extremo de la capital del reino.
- Extraordinarios días mí Señor - contestó Turfano, ejecutando un saludo reverente de perfecta factura.
Esta breve comunicación se produjo en un vaivén vertiginoso entre el palacio real y el mercado. La circulación atómica de las partículas materiales de Astrolongo y de Turfano les permitía componer y deshacer sus figuras en ambos lugares prácticamente a la vez. Este trasiego coexistía con millones de traslados corpóreos y materiales de muchos más cuasi seres, montañas, valles, ríos, aldeas y ciudades; produciendo un efecto difuminado de formas y colores, de imágenes permanentemente inacabadas.
En fin, todo era continuo y estático, inacabado y perfecto, sólido y sutil; y todo estaba envuelto en un gris perpetuo y lácteo. Los colores y los materiales eran suavísimos, tenues, delicados, etéreos.
- Su Movilidad, el desayuno estará en un instante - dijo Turfano -¿Le apetecen unos riñones salteados, zumo de piña, huevos revueltos y pan tostado?
- Sí, gracias, está perfecto - contestó el llano monarca - Sírvelos en la terraza del sudeste. Así tomaré, también, el suave sol de la mañana con los riñones y los huevos revueltos.
- Sus deseos son órdenes para este humilde servidor de Su Movilidad - reverenció el exquisito ayuda de cámara. Al momento dispuso en un carrito dorado las viandas para que el monarca, veloz y móvil, comenzara el día en condiciones.
- Alteza Veloz, cuando guste - advirtió Turfano, con una llamada reverente desde la acristalada terraza.
- Bien, puedes servir los riñones y los huevos revueltos - dijo Astrolongo sonriendo por lo bajo, mientras tapizaba con su cuerpo un magnífico sillón de anea, trenzado especialmente para él en la provincia más septentrional de Cuasiterra. Desde el transparente mirador se divisaba toda la ciudad de Movilónica, capital del reino.
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