sábado, 13 de agosto de 2005

La Espera. Astrolongo, Cuasiterra y el Ser.(3)

Catedral(Buda)2004
Capítulo 3
Como he relatado, Cuasiterra era un país singular, y Astro­longo, su monar­ca, no lo era menos.
Le gustaba realizar continuas visitas de cortesía a sus súbditos, y su capital preocupación era velar para que los cuasiterrenos no perdieran su pro­piedad más apreciada: El movi­miento continuo.
- Buenos días Turfano ­- saludó el monarca a su ayuda de cámara que, en ese instante, se afanaba en la compra de alimentos, para su señor, en el otro extre­mo de la capital del reino.
- Extraordinarios días mí Señor - contestó Turfano, ejecutando un saludo reverente de perfecta factura.
Esta breve comunicación se produjo en un vaivén vertiginoso entre el palacio real y el mercado. La circulación atómica de las partículas materia­les de Astro­longo y de Turfano les permitía componer y deshacer sus figuras en ambos lugares prácticamente a la vez. Este trasiego coexistía con millones de tras­lados corpó­reos y materiales de muchos más cuasi seres, montañas, valles, ríos, aldeas y ciudades; produciendo un efecto difuminado de formas y colores, de imágenes permanentemente inacabadas.
En fin, todo era continuo y estático, inacabado y perfecto, sólido y sutil; y todo estaba envuelto en un gris perpetuo y lácteo. Los colores y los materiales eran suavísimos, tenues, delicados, etéreos.
- Su Movilidad, el desayuno estará en un instante - dijo Turfano -¿Le apetecen unos riñones salteados, zumo de piña, huevos revueltos y pan tosta­do?
- Sí, gracias, está perfecto - contestó el llano monarca - Sírvelos en la terraza del sudeste. Así tomaré, también, el suave sol de la mañana con los riñones y los huevos revueltos.
- Sus deseos son órdenes para este humilde servidor de Su Movilidad - reverenció el exquisito ayuda de cámara. Al momento dispuso en un carrito dorado las viandas para que el monarca, veloz y móvil, comenzara el día en condiciones.
- Alteza Veloz, cuando guste - advirtió Turfano, con una llamada reve­rente desde la acristalada terraza.
- Bien, puedes servir los riñones y los huevos revueltos - dijo Astro­longo sonriendo por lo bajo, mientras tapizaba con su cuerpo un magnífico sillón de anea, trenzado especialmente para él en la provincia más septen­trional de Cuasiterra. Desde el transparente mirador se divisaba toda la ciudad de Moviló­nica, capital del reino.

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