Hellbrum(Salzburgo)2004
Jamás se había visto, ni sentido, nada semejante. De repente, la efigie inició un lentísimo movimiento, prácticamente imperceptible. La respuesta fue inmediata y uniforme: Todos los cuasi seres, como una sola persona, dieron un paso atrás y giraron sus cabezas hacia la terraza del palacio donde se encontraba Astrolongo III. El monarca inició un movimiento de aproximación hacia el intruso, deshaciéndose lentamente. Las partículas de Astrolongo parecían negarse a obedecer. El silencio era sepulcral. Astrolongo se situó, componiéndose, en las proximidades de la Bolsa, al otro extremo de la Plaza de los Traslados, a una prudencial distancia de la efigie desconocida. Con mirada severa, el monarca, increpó al intruso.
- Te habla Astrolongo III, el Movilísimo, el Excelente Rey de todos los cuasi seres, el Exquisito Monarca del Movimiento, el Majestuoso Rey de los Traslados, el Emperador de toda Actividad, en síntesis: El Amo y Señor de todo y todos en Cuasiterra. Te ordeno, teratológico ser, puesto que he apreciado en ti un atisbo de movimiento, que rindas pleitesía y vasallaje a tu Rey, a tu Emperador, a la Movilidad Absoluta, que soy yo.
Los rostros de los cuasi seres esbozaron una débil sonrisa esperanzada. La orden del monarca había sido inequívoca, el extraño visitante debía obedecer.
El extraordinario ser inició un movimiento pausado, calmoso, inapreciable, en dirección al monarca. Astrolongo, majestuoso, no inmutó ni un solo átomo de su corporeidad, esperando la reverencia de la colosal e inquietante aparición.
El Ser, lejos de ofrecer pleitesía y vasallaje al rey de los cuasiterrenos, emitió un sonido ensordecedor que hizo temblar la plaza de los Traslados, los montes, ríos, aldeas, pueblos y ciudades de todo el país. Los cuasi seres se deshacían sin orden ni concierto. Entrelazaban sus partículas en una maraña incontrolada. Liquidaban sus cuerpos. Gritaban pidiendo auxilio a su Guía y piedad al Ser.
El movimiento, cualidad por excelencia de los cuasiterrenos, dejó de ser su honra para convertirse en su ignominia. Solo Astrolongo se mantenía inmóvil y sereno: Majestuoso.
Velozmente se trasladó hasta la cavidad por donde el Ser había emitido el espantoso sonido, y, de nuevo, le increpó.
- Te habla Astrolongo III, el Movilísimo, el Excelente Rey de todos los cuasiseres, el Exquisito Monarca del Movimiento, el Majestuoso Rey de los Traslados, el Emperador de toda
Actividad, en síntesis: El Amo y Señor de todo y de todos en Cuasiterra. Te ordeno, teratológico ser, puesto que he apreciado en ti un atisbo de movimiento, que rindas pleitesía y vasallaje a tu Rey, a tu Emperador, a la Movilidad Absoluta, que soy yo.
La cavidad, por donde el Ser produjo el estruendo, se cerró. Unos lagos profundísimos, situados más arriba de una montaña que enmarcaba, con dos cuevas más, el antro ruidoso, movieron sus aguas hacia el monarca. La especie de satélite que contenía la sima ruidosa, la montaña horadada y los dos lagos, comenzó a girar con un movimiento imperceptible.
El Ser pareció comprender la orden. Redujo su tamaño a un tercio, doblándose por el centro de las dos columnas que lo sostenían. El antro ruidoso no volvió a ensordecer y a amedrentar a los cuasiterrenos. Los lagos profundos movieron sus aguas a derecha e izquierda, arriba y abajo, con un ritmo calmoso y tranquilizador. El monarca de todo lo móvil sonrió, miró a sus súbditos y señalando al estrafalario vasallo, se dirigió, esplendoroso, a su palacio. Le siguió su fiel fámulo, Turfano, y una larga hilera de miradas de todos los cuasi seres que adoraron a Su Movilidad. Los profundos lagos del Ser emitieron su reconocimiento, siguiendo con su mirada la última del último cuasi ser.
El Ser empezó a reconocer. Empezó a situarse. Comenzó a hacer suyo este mundo maravilloso. Pero, de pronto...
Capítulo 6
Al mismo tiempo que se producía esta escena, en la Plaza de los Traslados se paralizó toda actividad. Los mercaderes no ofrecían sus artículos. Los jugadores del Tiempo guardaron, en sus relojes, las horas, minutos y segundos que un instante antes surcaban el aire en mil acrobacias. Las bailarinas del Movimiento, atónitas, se apiñaban en un intento de salvaguardar su vida y sus velos multicolores. Todo era inusual, extraño. La noticia, del esperpento desconocido y amenazador, se había difundido instantáneamente por todo el país. Cuasiterra estaba paralizada. Los cuasi seres esperaban, temerosos, la reacción de Astrolongo III, su monarca, guía y cuidador.Jamás se había visto, ni sentido, nada semejante. De repente, la efigie inició un lentísimo movimiento, prácticamente imperceptible. La respuesta fue inmediata y uniforme: Todos los cuasi seres, como una sola persona, dieron un paso atrás y giraron sus cabezas hacia la terraza del palacio donde se encontraba Astrolongo III. El monarca inició un movimiento de aproximación hacia el intruso, deshaciéndose lentamente. Las partículas de Astrolongo parecían negarse a obedecer. El silencio era sepulcral. Astrolongo se situó, componiéndose, en las proximidades de la Bolsa, al otro extremo de la Plaza de los Traslados, a una prudencial distancia de la efigie desconocida. Con mirada severa, el monarca, increpó al intruso.
- Te habla Astrolongo III, el Movilísimo, el Excelente Rey de todos los cuasi seres, el Exquisito Monarca del Movimiento, el Majestuoso Rey de los Traslados, el Emperador de toda Actividad, en síntesis: El Amo y Señor de todo y todos en Cuasiterra. Te ordeno, teratológico ser, puesto que he apreciado en ti un atisbo de movimiento, que rindas pleitesía y vasallaje a tu Rey, a tu Emperador, a la Movilidad Absoluta, que soy yo.
Los rostros de los cuasi seres esbozaron una débil sonrisa esperanzada. La orden del monarca había sido inequívoca, el extraño visitante debía obedecer.
El extraordinario ser inició un movimiento pausado, calmoso, inapreciable, en dirección al monarca. Astrolongo, majestuoso, no inmutó ni un solo átomo de su corporeidad, esperando la reverencia de la colosal e inquietante aparición.
El Ser, lejos de ofrecer pleitesía y vasallaje al rey de los cuasiterrenos, emitió un sonido ensordecedor que hizo temblar la plaza de los Traslados, los montes, ríos, aldeas, pueblos y ciudades de todo el país. Los cuasi seres se deshacían sin orden ni concierto. Entrelazaban sus partículas en una maraña incontrolada. Liquidaban sus cuerpos. Gritaban pidiendo auxilio a su Guía y piedad al Ser.
El movimiento, cualidad por excelencia de los cuasiterrenos, dejó de ser su honra para convertirse en su ignominia. Solo Astrolongo se mantenía inmóvil y sereno: Majestuoso.
Velozmente se trasladó hasta la cavidad por donde el Ser había emitido el espantoso sonido, y, de nuevo, le increpó.
- Te habla Astrolongo III, el Movilísimo, el Excelente Rey de todos los cuasiseres, el Exquisito Monarca del Movimiento, el Majestuoso Rey de los Traslados, el Emperador de toda
Actividad, en síntesis: El Amo y Señor de todo y de todos en Cuasiterra. Te ordeno, teratológico ser, puesto que he apreciado en ti un atisbo de movimiento, que rindas pleitesía y vasallaje a tu Rey, a tu Emperador, a la Movilidad Absoluta, que soy yo.
La cavidad, por donde el Ser produjo el estruendo, se cerró. Unos lagos profundísimos, situados más arriba de una montaña que enmarcaba, con dos cuevas más, el antro ruidoso, movieron sus aguas hacia el monarca. La especie de satélite que contenía la sima ruidosa, la montaña horadada y los dos lagos, comenzó a girar con un movimiento imperceptible.
El Ser pareció comprender la orden. Redujo su tamaño a un tercio, doblándose por el centro de las dos columnas que lo sostenían. El antro ruidoso no volvió a ensordecer y a amedrentar a los cuasiterrenos. Los lagos profundos movieron sus aguas a derecha e izquierda, arriba y abajo, con un ritmo calmoso y tranquilizador. El monarca de todo lo móvil sonrió, miró a sus súbditos y señalando al estrafalario vasallo, se dirigió, esplendoroso, a su palacio. Le siguió su fiel fámulo, Turfano, y una larga hilera de miradas de todos los cuasi seres que adoraron a Su Movilidad. Los profundos lagos del Ser emitieron su reconocimiento, siguiendo con su mirada la última del último cuasi ser.
El Ser empezó a reconocer. Empezó a situarse. Comenzó a hacer suyo este mundo maravilloso. Pero, de pronto...
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