martes, 16 de agosto de 2005

La Espera. Astrolongo, Cuasiterra y el Ser.(6)

Hellbrum(Salzburgo)2004
Capítulo 6
Al mismo tiempo que se producía esta escena, en la Plaza de los Tras­lados se paralizó toda actividad. Los mercaderes no ofrecían sus artículos. Los juga­dores del Tiempo guardaron, en sus relojes, las horas, minutos y segundos que un instante antes surcaban el aire en mil acrobacias. Las bailarinas del Movimien­to, atónitas, se apiñaban en un intento de salva­guar­dar su vida y sus velos mul­ticolores. Todo era inusual, extraño. La noticia, del esperpen­to desconocido y amenazador, se había difundido instan­táneamente por todo el país. Cuasiterra estaba paralizada. Los cuasi ­seres espera­ban, temerosos, la reacción de Astrolongo III, su monarca, guía y cuidador.
Jamás se había visto, ni sentido, nada semejante. De repente, la efigie inició un lentísimo movimiento, prácticamente imperceptible. La respuesta fue inmediata y uniforme: Todos los cuasi seres, como una sola persona, dieron un paso atrás y giraron sus cabezas hacia la terraza del palacio donde se encon­traba Astrolongo III. El monarca inició un movimiento de aproximación hacia el intruso, deshaciéndose lentamente. Las partículas de Astrolongo parecían negarse a obedecer. El silencio era sepulcral. Astro­longo se situó, componién­do­se, en las proximidades de la Bolsa, al otro extremo de la Plaza de los Tras­la­dos, a una prudencial distancia de la efigie desconocida. Con mirada severa, el monarca, increpó al intruso.
- Te habla Astrolongo III, el Movilísimo, el Excelente Rey de todos los cuasi seres, el Exquisito Monarca del Movimiento, el Majestuoso Rey de los Tras­lados, el Emperador de toda Actividad, en síntesis: El Amo y Señor de todo y todos en Cuasiterra. Te ordeno, teratológico ser, puesto que he apreciado en ti un atisbo de movimiento, que rindas pleitesía y vasallaje a tu Rey, a tu Emperador, a la Movilidad Absoluta, que soy yo.
Los rostros de los cuasi seres esbozaron una débil sonrisa esperanza­da. La orden del monarca había sido inequívoca, el extraño visitante debía obede­cer.
El extraordinario ser inició un movimiento pausado, calmoso, inaprecia­ble, en dirección al monarca. Astrolongo, majestuoso, no inmutó ni un solo átomo de su corporeidad, esperando la reverencia de la colosal e inquietante aparición.
El Ser, lejos de ofrecer pleitesía y vasallaje al rey de los cuasiterre­nos, emitió un sonido ensordecedor que hizo temblar la plaza de los Trasla­dos, los montes, ríos, aldeas, pueblos y ciudades de todo el país. Los cuasi seres se deshacían sin orden ni concierto. Entrelazaban sus partí­cu­las en una maraña incontrolada. Liquidaban sus cuerpos. Gritaban pi­diendo auxilio a su Guía y piedad al Ser.
El movimiento, cualidad por excelencia de los cuasiterrenos, dejó de ser su honra para convertirse en su ignominia. Solo Astrolongo se mantenía inmóvil y sereno: Majestuoso.
Velozmente se trasladó hasta la cavidad por donde el Ser había emitido el espantoso sonido, y, de nuevo, le increpó.
- Te habla Astrolongo III, el Movilísimo, el Excelente Rey de todos los cuasiseres, el Exquisito Monarca del Movimiento, el Majestuoso Rey de los Tras­lados, el Emperador de toda
Actividad, en síntesis: El Amo y Señor de todo y de todos en Cuasiterra. Te ordeno, teratológico ser, puesto que he apreciado en ti un atisbo de movimiento, que rindas pleitesía y vasalla­je a tu Rey, a tu Empera­dor, a la Movilidad Absoluta, que soy yo.
La cavidad, por donde el Ser produjo el estruendo, se cerró. Unos la­gos profundísimos, situados más arriba de una montaña que enmarcaba, con dos cuevas más, el antro ruidoso, movieron sus aguas hacia el monarca. La especie de saté­lite que contenía la sima ruidosa, la montaña horadada y los dos lagos, comenzó a girar con un movimiento imperceptible.
El Ser pareció comprender la orden. Redujo su tamaño a un tercio, doblán­dose por el centro de las dos columnas que lo sostenían. El antro ruido­so no volvió a ensordecer y a amedrentar a los cuasiterrenos. Los lagos profundos movieron sus aguas a derecha e izquierda, arriba y abajo, con un ritmo calmoso y tranquilizador. El monarca de todo lo móvil sonrió, miró a sus súbditos y señalando al estrafalario vasallo, se dirigió, esplen­doroso, a su palacio. Le siguió su fiel fámulo, Turfano, y una larga hilera de miradas de todos los cuasi seres que adoraron a Su Movilidad. Los profundos lagos del Ser emitieron su reconocimiento, siguiendo con su mirada la última del último cuasi ser.
El Ser empezó a reconocer. Empezó a situarse. Comenzó a hacer suyo este mundo maravilloso. Pero, de pronto...

No hay comentarios: